
Para cruzar el río
es necesario despertar del espejo;
salir del trance,
entrar al orden de la tierra,
soñar con piedra viva.
La piedra de aire fue dispersándose
al igual que en los sabios cuentos de la niñez hermética;
fue perdiéndose en la bifurcación del río,
del olvidado cauce, cavernas y estribaciones
cifraron el sentido de la piedra.
La piedra estaba abierta, hendida rama, tronco
o raíz de mayor sutileza.
***
Hay suficiente espacio en este mundo
como para desaparecerse.
Hay suficiente espacio, incluso cuando no hay espacio,
porque es posible viajar estando quieto,
caminar los trillos, cerrar las brechas de la peripecia .
Cada cual dispone
de una ciudad subterránea;
cada cual tiene su isla, su istmo,
como un planeta
y ese planeta, otra isla,
otro paisaje en movimiento.
Puede uno moverse en una gota de agua,
porque el mar está aquí con nosotros,
porque sabe adherirse a una partícula de polvo
a la arena, a la tierra,
a la sangre,
al grafema, al silencio.
Puede que todo esto sea
la ilusión del movimiento
y el movimiento, una ilusión
de puertas movedizas.
El límite nos traza
el camino hacia una sima
donde pulsan voces internas,
frecuencias amorosas
en la inspiración de un brote
calcinado en el vacío.
Tenemos espacio para inventar el paraíso,
incluso cuando este se halla entre escombros.
***
Veamos
que la agilidad de la libélula
puede hermanarse
a la quietud del charco,
a ese ojo de la tierra
que continuamente se evapora;
veamos que, evaporándose
se evapora también su mirada al vacío
siendo este el sustento de seres,
una huella bajo el sol;
caldo y miríada de oídos
prestados al cantar de las cigarras
a la sinfonía
de sus nocturnas fiebres,
cada voz, como llamas bajo el caldo, se desliza serpentina
sobre la piedra ardiente,
el agua liberando
aún sin poder tocarla
un pájaro hiende
la niebla en el vacío,
dibuja aquel contorno
de su trayectoria;
en cada vaivén del fuego
se multiplican
las palabras robándole al silencio
secretos de cosmos, cuerpo,
o calle, las pequeñas rarezas
que entramaron desiertos.