Estas noches comienzan
detrás de las rejas y las trinitarias,
en un estar en la sombra,
redil rumiado, ala sin ojo,
silencios que unen
a raíz de los extremos.
Son las noches de faroles
contra la pared de ladrillo,
sereno de lluvia y gemido;
su luz, enconchándose de a poco,
recorre grandes distancias,
pequeñas en comparación
con la distancia que me toma
en volver a mí.
Entra núbil brillo,
víspera de la fiebre
y el meridiano colapsa
sobre nombres perennes
placeres que sostienen
parábolas de esquina,
como rodeos de sillas,
zumbidos tristes,
mapas roídos,
constelaciones, compases
al sonsonete del cielo.
Estas noches encuevan
la voluntad de un eco:
piedra despedida, fin introvertido,
mesura de los vientos;
estas rompen anestesiadas,
toman el asiento de lo acontecido,
los números agrupados en su esquina,
las servilletas dobladas,
la luz segada a oscuras
fieras que somos
como guijarros
saltando la mar sin detente.
Estamos solos nuevamente,
aullamos solos nuevamente,
solos en la morada del estío,
solos sobre una orilla difusa,
atentos a la emisión de satélites,
a la sombrilla caída,
ahistorias irrisorias
y sábana de gaviotas
en organización de archivo.
Estas noches traen memorias imprecisas,
lugares densos, lugares tensos, quizás,
soledad proscrita, luz incomunicada
y cierta actitud resabiada
que se desprende, como pared
de la apariencia,
vestida con la suma de sus incertidumbres.
Estas noches restauran
el aire suave con que parte
la dureza de semilla,
palabra pulida,
con tal de no morir
en la prisión de una costumbre.
Estas noches andan en desande,
siempre y cuando exista el cómo,
el cuándo, con qué mediar espejos:
cómo ser menos translúcidos.
Hay tanta firma en la presencia,
tanta madera
a favor del tiempo, y a la vez
tanta madeja en que se empeña
la materia prima del rencor;
porque estas noches no son claras
en su inversión de claridades
y sus versiones son verdades
que nacen a destiempo;
un parecer de circunstancias
donde miramos
como desde la coyuntura de un muro
el perímetro escombrado de la rosa
y surcos como anillos de madera
anillos en el suelo que nos alimentan.
Todas las noches aspiran
a ser la próxima noche,
la próxima luna, el capullo
del próximo verso;
todas las noches secuestran
pestañas al amanecer
hasta que resuenan
con una orilla inesperada.
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