top of page

Cronología de la ciudad amurallada. Siglos XVI-XIX

Alain Esaic

Siglo XVI

La fundación infructuosa de Caparra —el primer asentamiento colonial español— en 1508 requirió el establecimiento de una nueva sede para los colonos españoles y europeos. La isleta o el islote de San Juan se convirtió en el punto de mudanza más favorable dentro de un contexto de inestabilidad política y revuelta en la Corona española, inestabilidad que incluso atrasó la mudanza hasta 1521.

La cercanía al mar sirvió como principal aliciente para seleccionar la isleta, ventaja geográfica que poseía sobre Caparra (Morales Castro; p. 32-35). Otros factores que propiciaron la mudanza incluyeron la existencia de un pozo y el puerto delante de lo que es actualmente la Puerta de San Juan.

La figura de Rodrigo Figueroa, juez de residencia y justicia mayor de La Española, fue influyente sobre la decisión. El licenciado viajó a la isleta en varias ocasiones para evaluar el sitio y favoreció la mudanza basándose en las observaciones que hizo sobre su geografía y la presencia de recursos para la construcción como “piedras e buenas, cal, madera.”. 

El mapa levantado en 1519 también muestra una presencia notable de vegetación. La presencia abundante de estos recursos se debe a que la población originaria se encargó previamente de la forestación del área, además del traslado de piedras. Es importante recalcar a modo de reconocimiento el aprovechamiento que ejercieron los europeos sobre los espacios forestados por nativos y los recursos empleados a partir de la planificación originaria del paisaje.

El caso de la mudanza española hacia la isleta de San Juan, tomando en cuenta las observaciones y el mapa de Rodrigo Figueroa, indica esto mismo. A partir de 1521 despunta un proceso de construcción, ocupación y marginación ejercido por las autoridades españolas y europeas. Según Morales Castro, “La ciudad se empieza a trazar originalmente en la Plaza Fundacional (frente a la Catedral de San Juan Bautista) con las calles de La Luna (este a oeste) y Santo Cristo de la Salud (norte a sur)…”.  El investigator Edwin Quiles también aporta lo siguiente al respecto:

Para 1564 se comenzó a construir de piedra y barro y a techar de tejas ‘estilo Andalucía’ o con azoteas que formaban terrazas. Aunque los relatos no hacen mención de los bohíos, la composición poblacional y las representaciones gráficas del asentamiento, tanto de finales de siglo como del siguiente evidencian que sí los había… Los bohíos eran de todos los tamaños, contándose de manera importante los de ocupación multifamiliar. Coll y Cuchí los ubica no solo en espacios abiertos y cerca de áreas de siembra sino dentro de manzanas todavía en proceso de formación, mezcladas con la oligarquía y los sectores medios (Quiles Rodríguez; p. 28-29).

La presencia de bohíos será notable hasta bien entrado el siglo XIX, siglo en el cual se ilegaliza su construcción. Además de los bohíos —de módulo tanto africano como indígena— los barracones de paja también acomodaron a grupos trabajadores al margen del urbanismo hegemónico planificado por los españoles. Esta ciudad alterna refleja una demografía donde el número de mestizos, negros libres y mulatos —término peyorativo usado en los censos de la época— superaba la cantidad blancos por más del doble.


Siglo XVII

Un suceso importante enmarca la planificación urbana española a comienzos del siglo XVII: la ocupación holandesa de San Juan —en ese entonces llamada ciudad de Puerto Rico— dirigida por Enrico Balduino. La misma toma lugar en 1625 y sucede durante los últimos cuatro meses de aquel año. Durante este tiempo los cartógrafos holandeses recrean en sus mapas a San Juan.

Gerrittsz., Hessel / Vingboons, Johannes
Gerrittsz., Hessel / Vingboons, Johannes

El patrón de damero —como una tabla del juego de damas— se atribuye a la herencia grecorromana que continuaron los españoles en su planificación urbana durante el Renacimiento. Esta retícula gradualmente germinaría la ciudad amurallada. Si bien las estructuras de Casa Blanca (1521/1523-1524), la Fortaleza (1533) y el Torreón del Morro (1540) proveyeron las primeras defensas al puerto desde el lado occidental de la isleta, el lado oriental representaba un punto de vulnerabilidad militar por la vía terrestre. Los holandeses aprovecharon dicha vulnerabilidad que ya había sido explorada por el Conde de Cumberland en 1598 durante la invasión inglesa. En este siglo al igual que el siguiente la función de la ciudad, el desarrollo urbano en general, apelará a los intereses militares de la Corona y se enfocará en fortificar las defensas.

Los inicios de la construcción en el lado oriental de la isleta se remontan al año 1634; ya para 1641 existen los recintos de muralla sur y este. Ambas murallas estaban conectadas a lo que se conocía como el reducto de San Cristóbal. El reducto era una fortificación elevada de forma triangular que posteriormente se expandiría como un complejo castillo. Durante este periodo, entre 1635 y 1641, también se construye la Puerta de Santiago adjunta a la muralla del este, hoy inexistente.

En 1678, el recinto al este contenía el Revellín de Santiago, el Baluarte de Santiago, el Baluarte llamado De La Cortadura o “Cortadura atrincherado del camino cubierto”, la segunda línea de murallas paralelas, el Baluarte de San Cristóbal al nordeste, la extensión del muro al sur y el Semi-baluarte de El Caballero; al norte, el baluarte donde se ubica la Garita del Diablo y el Baluarte de San Sebastián, cerca del reducto original (Silvestre Lugo, p. 158-161).

Siglo XVIII

Sobre las modificaciones del recinto en el siglo XVIII, el arquitecto José C. Silvestre Lugo escribe lo siguiente:

… en 1765 se les encomendó a [Alejandro’ O’Reilly y [Tomás] O’Daly un estudio de las defensas de la ciudad, el cual incluía un plan de reformas para el Castillo de San Cristóbal. Los planos de O’Daly fueron terminados el 15 de enero de 1769 y las obras concluyeron en agosto de 1772. Como parte de las mismas, se destruyó el reducto existente, a excepción de sus muros exteriores y el semibaluarte norte, y se construyó un muro oeste cuya continuación completó el cerramiento del polígono al sur. El baluarte plano más alto, El Caballero, contaba con baterías hacia la ciudad, el puerto de la bahía y la puerta de Santiago… Forman también parte de estas obras la gran rampa de acceso hacia el castillo, su plaza de armas, ubicada bajo El Caballero, cuarteles abovedados y oficinas, entre otros espacios.

El plan de reformas, además, ordenó que las murallas fueran construidas con mayor espesor (18 a 40 pies). En cuanto a los materiales, el interior o relleno de la muralla se realizó en mampostería (piedra, ladrillo, cerámica); los laterales exteriores, con bloques hechos a mano, de arena y piedra caliza (Guía oficial del Parque Nacional, p. 66). Las cinco cisternas de San Cristóbal tenían casi el triple de capacidad de almacenamiento de agua en comparación con dos que habían en el Morro, lo cual nos brinda una idea de la prioridad que ganó la línea este de la ciudad en este periodo junto con la distribución demográfica.

Según la Guía Oficial Parque Nacional titulada Los fuertes del Viejo San Juan, la construcción de San Felipe en el siglo XVIII conllevó una fuerza laboral diaria de 400 personas: soldados, convictos, sujetos sometidos a mano de obra forzada ⎯ sobre todo en las canteras⎯ y civiles. Para 1765, diez años luego de que se fundara la Compañía de Barcelona que generó el estímulo económico necesario, la población de San Juan se estima era de 4,506, un número altísimo en comparación con las demás regiones de la Isla; en 1783, había aumentado a 6,462. La mayor parte de la población “estaba localizada en la porción noreste…, cerca del fuerte San Cristóbal” (Quiles Rodríguez; p. 38), lo cual reafirma la gran importancia que cobra el lado oriental de la isleta durante la segunda mitad del siglo XVIII. El aumento poblacional en gran medida sienta las bases de cómo se pobló la ciudad más adelante, es decir, cuáles fueron los patrones de asentamiento que favorecieron el establecimiento de las calles San Francisco y O’Donell y las edificaciones alrededor del Campo de Santiago, nuestra área de estudio.

Siglo XIX

La transición del siglo XVIII al siglo XIX representa un cambio fundamental en cuanto a cómo se piensa la funcionalidad de la ciudad sanjuanera. El auge militarista del siglo XVIII se ve reemplazado por la intención de satisfacer las necesidades de la sociedad civil, sobre todo con lo que respecta comercio y política. Dicha transformación fue producto de los procesos de industrialización de otras metrópolis que sirvieron de referente.

En 1823 el Bando de Policía y Buen Gobierno prohíbe la fabricación de bohíos techados de paja o yaguas; estos debían ser destruidos o sustituidos por ladrillo. La preferencia por el ladrillo también es acompañada por techos de azotea y pretil. Se estableció el requerimiento de permisos para la construcción, lo que suponía un proceso costoso; además, aumentan las casas de mampostería y en 1837, se crea el cargo de arquitecto de San Juan. La renovación de la ciudad favoreció los intereses privados (Quiles Rodríguez; p. 48-53).

Hay dos fenómenos complementarios que resaltan a lo largo del siglo XIX: el aumento poblacional y el hacinamiento. Si bien en el siglo XVIII el aumento poblacional desde la zona oriental de la isleta se vinculó a la construcción del Castillo San Cristóbal, en el siglo XIX la industria de servicios provocó la introducción de clases sociales obligadas al trabajo dentro del contexto de la esclavitud, la libreta de jornales y agregados. De igual forma, se establecen servicios dirigidos a la recreación y el ocio de grupos élites, mayormente peninsulares. Es en este contexto en el cual surge un área de recreación como la plaza Santiago. Escribe Fernando Ormaechea en 1880 la siguiente descripción del ambiente en las viviendas:

“Las casas de alto son las más, o por mejor decir, las únicas habitables de la ciudad, no obstante los inconvenientes mencionados y algunos otros cuya enumeración fuera prolija, entre los cuales el más atroz, el más intolerable suele ser la vecindad de los inquilinos de todas clases, castas y pelajes que habitan el sin número de aposentos que desembocan al zaguán, hacinados y repartidos sin orden ni concierto, ni consideración siquiera, en la planta inferior de los edificios por la insaciable codicia caseril. Los inquilinos de abajo, gentes por lo regular chillonas y bullangueras, cantan, bailan, alborotan y se hacen sentir por todos los estilos. Muchas veces llegan al extremo de entablar relaciones, siempre perjudiciales para el principal inquilino, con sus “alquilados”, y en ocasiones hasta con los industriales que más frecuentan la casa, todo ello con plausible objeto de conocer la vida, las costumbres y la posición social de su vecino (cita obtenida de Quiles Rodríguez; p.60).” 

La cita de nos muestra la creciente tensión entre las clases élites, aquí representadas por la desaprobación de Ormaechea, y las clases sociales traídas desde afuera del muro como parte de la priorización de servicios civiles. Se produjo una contradicción en el seno de la ciudad. Por una parte los sectores blancos y élites requerían de servicios básicos para la vivienda. Sin embargo, no estaban en lo absoluto cómodos dentro de la convivencia con los grupos que proveían estos servicios, mayormente personas de color. El racismo sistémico, y pensemos en el concepto de "pureza de sangre" como término legal de la época, chocaba con la materialidad de la ciudad, con el hacinamiento que obligaba a la cercanía entre clases, muy diferente a la materialidad de la hacienda en la cual los grupos élites se podían dar el lujo de cierto aislamiento en contextos rurales.

Cuando hablamos del desarrollo urbano subalterno, llaman la atención los barrios en donde el cuerpo militar del Castillo San Cristóbal obtenía servicios al margen del contexto de las instituciones españolas. Tal es el caso de “Hoyo Vicioso”, zona de la ciudad adjunta al Castillo y en cuyos predios los soldados buscaban servicios domésticos como costura, bordar, zurcir planchar ropa; productos artesanales, uniformes y acompañamiento sexual (Quiles Rodríguez, p. 39). No pocas veces las figuras de autoridad emitieron quejas acerca de las muchedumbres que se trasnochaban en actividades festivas, en ocasiones ilícitas, lo cual también produjo una ola de regulaciones y toques de queda en la ciudad (Quiles Rodríguez; p. 50).


La estructura residencial en el siglo XIX

La ocupación de las calles del Viejo San Juan generó una distribución demográfica basada en estatus socioeconómico. Algunas calles se distinguían por la presencia de propietarios, oficiales de gobierno y otros profesionales. Tal era el caso de la San Sebastián, calles Cristo y Cruz, con notable presencia de españoles. En la calle Sol y San José también se notaba la presencia de comerciantes, funcionarios de gobierno, médicos…

El sector Ballajá, las calles Luna y Bombas proyectaban una mayor diversidad en cuanto al origen poblacional. Ballajá se conocía como el sector con más presencia afrodescendiente. El investigador Mariano Negrón Portillo establece que un número considerable de mujeres jefas de familia ocuparon las residencias del Viejo San Juan en este periodo. Entre la población de mujeres solteras predominó la afrodescendencia (tanto propietarias como inquilinas), mientras que en otros sectores medios y propietarios era notable la presencia de viudas. Sobre todo las lavanderas y costureras en el Viejo San Juan decimonónico “fueron las únicas trabajadoras del periodo… que lograron ser dueñas de su lugar de vivienda.” (Pizarra Santiago; p. 88).

Más de la mitad de la población esclavizada que aparece en el Censo sanjuanense de 1869 estaba compuesta de mujeres y el 49% contaba entre 16 y 30 años (Negrón Portillo, p.79). En aquel año la ciudad ya contaba con más de 25,000 habitantes (Lugo Amador, p. 100).

La población esclavizada, trabajadores de jornal y agregados también compartían oficios: lavandería, costura, repostería, cocina, fabricación de ropa y calzado, zapateros, albañiles, cocina, tabaquería, labores domésticas, criadas (25 o 30% de trabajadores durante el siglo), panaderos, sastres, planchadoras…. Estas clases impulsaron “el crecimiento económico necesario y fundamental para el desarrollo posterior de un grupo asalariado: la clase media”.

El siglo XIX refleja una transformación profunda en cuanto a la función del espacio urbano de la ciudad. San Juan pasa de ser un espacio militarista a uno en donde cada año gana más prioridad la sociedad civil, el comercio y la política. Esta transformación está vinculada, de nuevo, a la industrialización de otras metrópolis que fungieron de referente. La culminación de dicho proceso se puede marcar con el derribamiento de las murallas y la Puerta de Santiago, también llamada Puerta de Tierra en 1897 (Lugo Amador, p. 98-99).

El derribamiento de la muralla, la Puerta y sus extensiones (como el antiguo revellín) representaron una victoria para el sector civil, el cual vivía dentro de un contexto de hacinamiento y asfixie, fruto del aumento poblacional que, tanto de manera figurada como literal, ejercía presión sobre los confines de las murallas. La ciudad rebasó las funciones que le habían adjudicado los colonos. Los descendientes de la misma población que proveyó los materiales y la mano de obra para edificar aquellas murallas fueron quienes a la larga se encargaron de destruirla, y con gran regocijo.



Foto obtenida de Arqueo Cons. Group
Foto obtenida de Arqueo Cons. Group

Fotos obtenida de Arqueo Consulting Group
Fotos obtenida de Arqueo Consulting Group

Foto obtenida de Arqueo Consulting Group
Foto obtenida de Arqueo Consulting Group

Fuentes

  1. División de Publicaciones del Servicio Nacional de Parques. Guía Oficial Parque Nacional: Los fuertes del Viejo San Juan. Washington, D.C.: Edición en español producido por Eastern National, 2002.

  2. Lugo Amador, Luis Alberto. “Los comerciantes españoles de San Juan y la transformación de la ciudad amurallada (1859-1900)”. RICP n.12: 500 años de existencia de San Juan. San Juan: Revista Instituto de Cultura Puertorriqueña, 3era serie. 2022.

  3. Negrón Portillo y Santana Mayo. La esclavitud urbana. Río Piedras: Ediciones Huracán, 1992.

  4. Pizarro Santiago, Vilma. “La negra y la mulata como trabajadoras y empresarias en los barrios del San Juan del siglo XIX”. RICP n.12: 500 años de existencia de San Juan. San Juan: Revista Instituto de Cultura Puertorriqueña, 3era serie. 2022.

  5. Quiles Rodríguez, Edwin. San Juan tras la fachada. San Juan: Editorial Instituto de Cultura Puertorriqueña. Segunda edición, 2014.

  6. Silvestre Lugo, José C. Viejo San Juan: Herramientas e intervenciones. San Juan: Editorial Instituto de Cultura Puertorriqueña. 2023

Mapas

  1. Mapa holandés de San Juan, ca. 1625.  Map of the port on Puerto Rico. Gerritsz., Hessel / Vingboons, Johannes. https://www.atlasofmutualheritage.nl/en/page/7506/map-of-the-port-on-puerto-rico

  2. Mapa de San Juan, 1792. Detalle descargado en https://www.flickr.com/photos/wanderlost63/7978571644/. Original proviene de Historia ilustrada de su desarrollo urbano por Aníbal Sepúlveda (p. 128 y 129). Editorial Carimar: 1989. Enlace del libro entero: https://adnpr.net/san-juan-historia-ilustrada-de-su-desarrollo-urbano-1508-1898/

 
 
 

Comentarios


© 2025 by The Artifact. Proudly created with Wix.com

© Copyright 2025 El tarugo / Todos los derechos reservados
  • El tarugo-Facebook
  • El tarugo-Instagram
bottom of page