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Poesía: Tríada

Alain Esaic



Para cruzar el río

es necesario despertar del espejo;

salir del trance,

entrar al orden de la tierra,

soñar con piedra viva.


La piedra de aire fue dispersándose

al igual que en los sabios cuentos de la niñez hermética;

fue perdiéndose en la bifurcación del río,

del olvidado cauce, cavernas y estribaciones

cifraron el sentido de la piedra.


La piedra estaba abierta, hendida rama, tronco

o raíz de mayor sutileza.


***


Hay suficiente espacio en este mundo

como para desaparecerse.


Hay suficiente espacio, incluso cuando no hay espacio,

porque es posible viajar estando quieto,

caminar los trillos, cerrar las brechas de la peripecia .

Cada cual dispone

de una ciudad subterránea;

cada cual tiene su isla, su istmo,

como un planeta

y ese planeta, otra isla,

otro paisaje en movimiento.

Puede uno moverse en una gota de agua,

porque el mar está aquí con nosotros,

porque sabe adherirse a una partícula de polvo

a la arena, a la tierra,

a la sangre,

al grafema, al silencio.


Puede que todo esto sea

la ilusión del movimiento

y el movimiento, una ilusión

de puertas movedizas.

El límite nos traza

el camino hacia una sima

donde pulsan voces internas,

frecuencias amorosas

en la inspiración de un brote

calcinado en el vacío.


Tenemos espacio para inventar el paraíso,

incluso cuando este se halla entre escombros.


***

Veamos

que la agilidad de la libélula

puede hermanarse

a la quietud del charco,

a ese ojo de la tierra

que continuamente se evapora;

veamos que, evaporándose

se evapora también su mirada al vacío

siendo este el sustento de seres,

una huella bajo el sol;

caldo y miríada de oídos

prestados al cantar de las cigarras

a la sinfonía

de sus nocturnas fiebres,

cada voz, como llamas bajo el caldo, se desliza serpentina

sobre la piedra ardiente,

el agua liberando

aún sin poder tocarla


un pájaro hiende

la niebla en el vacío,

dibuja aquel contorno

de su trayectoria;

en cada vaivén del fuego

se multiplican

las palabras robándole al silencio

secretos de cosmos, cuerpo,

o calle, las pequeñas rarezas

que entramaron desiertos.












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