
Guayabal, 2022.
I
A mi lengua se le asoman palabras hinchadas de lluvia, palabras que son quizases brutales, volcanes como espirales del pensamiento.
Salgo, contemplo mi entorno, alineo herramientas para cambiar el mundo, las pinto con matices de orquídea, caras orquídeas, suspiros diminutos, alientos intencionados a reanimar las aguas. La luz se refleja en la caída del pétalo; disipo lastres de lluvias secretas.
II
A mi urgencia la suscitan bellezas fugaces;
está en la mariposa que acecho y evade mis fotografías.
Mi amor está en las abejas que zumban sobre el poleo;
las tiñosas, en cambio, me tornan el semblante grave,
se me pierden de vista en dirección al monte como si fueran señales austeras.
No creo en las premoniciones, aunque pero rodeado de ellas.
Nombrar es un respiro sencillo,
una plenitud en el instante.
III
Canta el gallo y apenas lo percibo. Me acostumbré a la estridencia isleña.
Me acostumbré a otras cosas, como al pitirre que vuela sobre mi cabeza —puedo seguirle con la mirada hasta que se posa en la corona alta del papayo—.
Sé avistar la garza sigilosa, imitar la cautela de sus pasos para que no emprenda el vuelo demasiado pronto cuando me acerco.
Sé de plantas mágicas y protectoras —la ruda, la sábila, el nopal—; sé que a cada planta le corresponde un depredador.
Sé que al cerrar los ojos en la playa, la luz traspasa el párpado al igual que traspasaría un teatro de sombras.
IV
Este es el año del desande, de los cierres de círculos, un año de portales abiertos.
Dialogo con puertas cerradas, con ríos de aceptaciones sensatas, con humillación.
Mi piel se hace más gruesa como los callos de dedos que propician notas al rasgar loa cuerda..
El año está en descubrir la altura necesaria para besar el suelo; es un año para revisarse las manos,
un año en que los Pilatos se verán de lejos.
Pasillos largos de luz blanca y difusa; el corazón de mis ojos, indiferente al brillo de los metales de la noche; habito recintos luminosos, intercambio palabras y silencios con seres de planos oníricos, seres que hablan con la serenidad, con la fugacidad del viento entre las hojas.
Mi nombre desaparece en una pradera inundada de prismas. Despierto
internado debajo de un puente, cerca de casas donde la muerte se aproxima,
cerca de naves extraviadas, estructuras como pecios terrestres, cerca de joyas escondidas debajo de la arena fría. Gritos sordos. Esperas largas delante del tren: familias, rupturas, cuerpos y rupturas vivas. Rupturas en ciernes. Promesas. Uniones.
Se aprende a hablar con los pies en la tierra. No se defiende la duda, ni se persiste sobre lo dicho, pues nadie se ve en los ojos de los demás. Cualquier asunto es consabido, no se fisgonea. Una soledad profunda imbuye la palabra. Un amor duro desde lo que es; crece en la angustia la flor como los jueyes en los marjales. Ha sido todo el pasado.
Lo que es, es. No existe objeción ante el señalamiento. La transparencia es tal que cualquier intento por encubrir flaquezas lo único que logra es acentuarlas. Qué estrés.
Yo he llegado aquí después de un largo viaje en que también debí haber muerto. Estoy vivo, estoy feliz. Voy a cambiar.
En el campo, dejé mi sangre sobre el mango oxidado,
desentierro larvas de caculos de mayo;
soy algo como la larva acomodándose entre rizomas.
Abandoné la tierra envenenada delante de la mentira.
Siembro con ceniza y me hice de amuletos para desviar venenos.
Traigo enemigos escondidos en la sombra de mi garganta y hacen fiesta de noche al sembrar el desparpajo
o cuando en la mañana aterida, el quejido de las ovejas se confunde con , como el pan de una era temprana.
Traigo enemigos bajo la manga y convivimos efectuando el arte marcial del pensamiento;
este figura ser el año de cierta fortuna
y la recibiré como un órgano de mar besado por las olas,
depurados los círculos, el temple, allanados los caminos con un respiro modesto y poderoso.
Es el atardecer del tigre chino y no me le presentaré a nadie sin haber mudado la piel antes. Ojo de tigre.
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